actividades migran del espacio analógico al espacio digital, del mundo de átomos al mundo de bits. Aulas, museos, campos de juego, lugares de reunión, ventanillas de la Administración Pública y, desde luego, mercados, pueblan el nuevo espacio.
Códigos de conducta y espacio
digital
Como es sabido, la autorregulación, en un sentido general, supone el otorgamiento a los propios operadores del mercado (sujetos privados), a los destinatarios de las normas, de la
competencia para dictar reglas que rijan su propia actividad. Partiendo de esta referencia, hemos de distinguir entre diversos fenómenos que habitualmente se califican indistintamente como autorreguladores. De un lado, se define como proceso de autorregulación (o hacia la autorregulación) una suerte de deslegalización (desregulación), o mejor, traslación descendente de la regulación entre instancias competentes como estructura de reglamentación de ciertos mercados, para obtener proximidad al mercado, flexibilidad y alineación de intereses. En este sentido, los mercados financieros son buena muestra de esta asignación descentralizada y descendente de competencias regulatorias (compartidas), en función del incremento de su contenido técnico. De otro lado, se engloba bajo el manto autorregulador el resultado de un auténtico ejercicio de la autonomía de la voluntad. Mientras que, en el primer caso, la autorregulación responde a un proceso de “gestión y diseño eficiente” de la regulación ante la complejidad de unas realidades que aconsejan la "desregulación"; en el segundo caso, en realidad, no supone más que reconocer el natural ejercicio de la autonomía de la voluntad para la reglamentación de los intereses y las conductas entre las partes.
